domingo, 14 de agosto de 2011

Origen del secador de pelo

La primera máquina para secar el cabello apareció en Francia en 1890, dentro del salón de su creador, Alexandre Godefoy. En realidad, era una aspiradora adaptada para invertir su resultado. La bomba de aire de la aspiradora crea un vacío que absorbe el polvo, y el movimiento del motor calienta los gases de su interior. Godefoy quitó el tubo de la entrada y lo colocó en la salida de aire caliente. Había nacido el secador electrico.

Pero estos aparatos no se popularizaron hasta 1920, con artilugios más pequeños compuestos por un ventilador y una resistencia que calentaba el aire. En los años 30 los secadores de casco invadieron las peluquerias, pero sus gases estropeaban el pelo. A mediados de los 50, las carcasas de baquelita irrumpieron en el mundo de la estética y por fin aparecieron los secadores de mano.

El moderno secador eléctrico para el cabello fue el fruto de dos invenciones que nada tenían que ver entre sí: la aspiradora y la licuadora.
Su punto de origen es bien conocido: Racine, Wisconsin. y dos de los primeros modelos, denominados “Race” y “Cyclone”, aparecieron en 1920, los dos fabricados por empresas de Wisconsin: la Racine Universal Motor Company y la Hamilton Beach.
La idea de secar los cabellos por medio de una corriente de aire se originó gracias a los primeros anuncios de la aspiradora doméstica.
En la primera década de este siglo, era costumbre asignar varias funciones a un solo aparato, especialmente a los electrodomésticos, puesto que la electricidad era ensalzada como la energía suprema de la historia. Esta estratagema incrementaba las ventas, y el público se había acostumbrado a los dispositivos multifuncionales.

La aspiradora no fue una excepción al respecto. Uno de los primeros anuncios del aparato llamado Pneumatic Cleaner presentaba a una mujer sentada ante su tocador, secándose el cabello con una manguera enchufada en la aspiradora. Con un criterio que consistía en preguntar por qué malgastar aire caliente, el texto del anuncio aseguraba a los lectores que, si bien la parte frontal de la máquina aspiraba y eliminaba el polvo y la suciedad, la posterior generaba una corriente de aire fresco y puro. Aunque las primeras aspiradoras se vendían en cantidades moderadamente satisfactorias, nadie sabe hasta qué punto sus usuarios sacaron el mejor partido de ellas.

Sea como fuere, había nacido la idea de secar el cabello mediante una corriente de aire. Lo que retrasó la aparición de un secador eléctrico manual para el cabello fue la ausencia de un motor pequeño y eficaz pese a su escasa potencia (lo que entre inventores se conocía técnicamente como “motor de fracción de caballo”).
Y  aquí entra en escena la licuadora.
Racine, Wisconsin, es también la patria de la primera mezcladora y licuadora para obtener batidos de leche. Aunque no se patentaría la licuadora mezcladora hasta el año 1922, durante más de una década se habían hecho esfuerzos para perfeccionar un motor de escasa potencia, particularmente la Racine Universal Motor Company y la Hamilton Beach.

Por tanto, en principio, la descarga de aire caliente de la aspiradora llegó a casarse con el motor compacto de la licuadora para producir el moderno secador de cabello, fabricado en Racine. Voluminoso, deficiente en energía, bastante pesado y con frecuentes recalentamientos, el primer secador manual fue, sin embargo, más eficaz para dar forma a los peinados que la aspiradora, y fijó la tendencia para las décadas siguientes.

Los perfeccionamientos introducidos en los años. treinta y cuarenta incluían diversos mandos para la temperatura y las velocidades. La primera variación importante en los secadores portátiles apareció en el catálogo de Sears, Roebuck correspondiente a otoño-invierno de 1951. Este dispositivo, que se vendía a 12,95 dólares, consistía en un secador manual y un gorro de plástico rosa unido directamente a la boquilla sopladora, y que se ajustaba a la cabeza de la mujer.

Los secadores de cabello adquirieron popularidad entre las mujeres desde el primer año de su aparición, pero sólo a fines de los años sesenta, cuando los hombres empezaron a experimentar las dificultades de secar y peinar los cabellos largos, se expandió rápidamente el mercado para estos aparatos.
Del libro "Las cosas nuestras de cada dís" de Charles Panati